Trigueirinho
A la hora del crepúsculo, nos encaminamos hacia el Valle de Erks, área de contacto con visitantes cósmicos que hace millones de años frecuentan la Tierra. Íbamos en automóvil por las rutas de la provincia de Córdoba, en la Argentina, rumbo a aquella región montañosa que otrora fuera fondo del océano. En las formaciones rocosas que nos rodeaban se veían marcas de erosión, antiguo trabajo de las aguas del mar. En las montañas, que irradiaban su propia energía y la de los minerales, se habían esculpido rostros humanos, cabezas o cuerpos de animales como también otras formas simbólicas. Aunque en la ruta no había flores ni tampoco en los alrededores, a medida que nos aproximábamos al área, un perfume de geranio se iba percibiendo cada vez más intensamente en el interior del vehículo. Luego que el perfume se hizo sentir, me fue dado saber que él nos indicaba la presencia de seres cósmicos. Constatando esto, vimos en el cielo, a nuestra derecha, una nave espacial que se mostraba como una estrella brillante. Bastante más próxima que una estrella verdadera, su brillo aumentaba y disminuía, dándonos una señal de su colaboración con el trabajo que allí se iniciaría con nosotros. Muchos de los puntos brillantes que se ven en la conocida bóveda celeste no son estrellas ni planetas, sino naves extraterrestres o intraterrenas desempeñando tareas. Existen individuos que aprenden a distinguirlas; llegan a contactarlas internamente y a obtener respuestas de ellas. La famosa Estrella de Belén, por ejemplo, mencionada en la Biblia, era en verdad una nave realizando un trabajo sagrado, en un momento especialmente significativo para la evolución de la Tierra.DESCARGAR ARCHIVO
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