INTRODUCCIÓN
Es bien sabido que soy un
escritor de ciencia-ficción. También se sabe que soy miembro de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Boston. En consecuencia, es natural que a menudo
se me pregunte qué opinan mis colegas del hecho de escribir obras de ciencia-ficción.
Tal vez quien tal pregunte
tenga la impresión de que tropiezo con ceños fruncidos y miradas
desaprobadoras; que mi camino se halla erizado de espinos sobre los que yo ando
descalzo, y que mi carrera profesional se ve obstaculizada y desviada.
Para mí resulta un poco
desalentador tener que negar el drama, pero lo cierto es que mi vida
profesional no es dura. Algunos colegas míos ignoran que escribo
ciencia-ficción, y no creo que les importase el saberlo. Otros están enterados
de ello, y lo consideran simplemente como otra idiosincrasia académica. Algunos
son apasionados lectores de tales novelas y leen a menudo las mías..., espero
que complacidos. Y unos cuantos, por el cielo, también son escritores de
ciencia- ficción.
Esto no quiere decir que no
hubiese una época en que yo mismo me pregunté si resultarían compatibles una
carrera académica y una reputación como autor de ciencia-ficción.
La posibilidad me asaltó con
toda su fuerza en junio de 1949, cuando tuvieron lugar dos acontecimientos.
Primero, estaba a punto de ingresar en la Facultad. Segundo, acababa de vender
mi primer relato de ciencia-ficción a « Doubleday y Compañía» , e iba a
aparecer como un « libro regular» .
Llevaba once años escribiendo
narraciones de ciencia-ficción para las publicaciones y revistas del género,
pero siempre había pensado que se trataba de un oscuro ejercicio del que se
derivaba un secreto entre los exóticos aficionados a esa literatura y yo. Sin
embargo, un libro era diferente, porque no podía mantenerlo en secreto.
Afortunadamente, no me hallaba
inmerso en ningún dilema, ni me veía acosado por ninguna incertidumbre. Desde
muy temprana edad supe que me gustaba escribir y también que, si algún día me
veía obligado a escoger entre la literatura y otra profesión elegiría la
primera. (Conocer por anticipado el curso de acción personal a emprender,
procura una gran paz mental, y a esto atribuyo yo estar libre de úlceras a
pesar de un estilo de vida compuesto casi exclusivamente de titulares).
Por tanto, no veía la necesidad
de actuar con vacilación. Si alguna vez tenía que enfrentarme con una elección,
era ahora. Y así, le pedí una entrevista al decano.
—Señor —le comuniqué cortés,
pero firmemente—, como ya sabe, soy el nuevo instructor de Bioquímica. Sin
embargo, creo justo manifestarle que dentro de unos meses verá la luz mi
primera novela de ciencia-ficción en un volumen y la Facultad de Medicina se
hallará identificada indirectamente con él.
—¿Es una buena obra? —me
preguntó el decano a su vez. —En la editorial « Doubleday» así lo creen
—respondí cautelosamente. —Entonces —decidió el decano—, me encantará
identificarme con él. Y así fue. En los años transcurridos desde entonces,
nadie de la Facultad se ha opuesto a mis escritos de ciencia-ficción, al menos
delante de mí, y, que yo sepa, tampoco a espaldas mías.
En mi cerebro tuvo lugar otra
crisis cuando empecé a publicar libros científicos. En 1952, fui coautor de un
libro de texto de bioquímica para estudiantes de Medicina, y desde aquella
época he publicado muchos libros científicos sobre una amplia variedad de
temas.
Al principio, pensé que tal
vez resultaría mejor usar un seudónimo. —Vamos, Asimov —murmuró a mi oído, un
editor fantasma—, no podemos arruinar la venta de un libro serio, haciendo que
sus probables lectores digan: « Esta obra no puede ser buena, ya que la ha
escrito ese autorzuelo de ciencia- ficción» .
Me dispuse a librar batallas
homéricas, pues decidí firmar con mi nombre todos mis libros. (En primer lugar,
me gusta mi nombre; en segundo, soy una persona centrada en sí misma; en
tercero, me siento orgulloso de la ciencia- ficción y de mi lugar en la misma,
por lo que no deseo que se la insulte).
¡Ay! Las batallas homéricas no
se libraron jamás. Ningún editor, ni uno solo, se opuso nunca al halo que la ciencia-ficción
ha puesto alrededor de mi cabeza. Incluso observé que, en muchos casos, las
minúsculas biografías insertas en las solapas de mis libros científicos
mencionaban mi cualidad de autor de ciencia- ficción como prueba de que yo era
un escritor de calidad.
Lo cual me condujo al bastión
final de la posible falta de apreciación de la gente en general. La buena
ciencia-ficción, al fin y al cabo, atrae a las minorías, de eso no hay duda.
Las válvulas de escape que, necesariamente, debían de atraer a un auditorio más
vasto y variado, tenían que descartarse. Esta razonada conclusión quedó
destruida con la llegada de la era espacial en 1957. De repente, el público en
general y hasta la parte menos culta de ese público, se sintió profundamente
interesado por los temas más extraños. Y empezaron a desear leer artículos
relativos a los asuntos situados en las fronteras de la Ciencia, y asentirse
cada vez más atraídos por los relatos de ciencia-ficción.
De nuevo encontré que mis
antecedentes como autor de ciencia-ficción no obstaculizaban en nada mi
carrera; al contrario, la ayudaban. Me pidieron que escribiera diversos
artículos que unos años atrás no me habría atrevido a escribir siquiera.
Fingiendo indolencia, los escribí y no tardé en descubrir que, a pesar de
conservar mi puesto en la Facultad, tenía que abandonar la enseñanza. Y ahora
me he convertido en un escritor profesional.
¡Qué distinta es la situación
de ahora a la de 1949, por ejemplo! Entonces, yo estaba convencido de trabajar
en completa oscuridad, y que si se me formulaba la pregunta ¿Hay alguien ahí?
con respecto a mis lectores, la respuesta procedería de un inmenso vacío:
—Solamente nosotros, los
partidarios de la ciencia-ficción, Asimov. Mas ahora, cuando considero la larga
lista de escritos diversos de los que soy responsable (todos basados en mi
reputación como escritor de este género literario), sé que la respuesta sería
muy diferente y halagüeña para mí.
Y para completar el círculo,
de nuevo estoy en « Doubleday» , donde se publicó mi primera novela. Estos
caballeros están totalmente dispuestos a publicar una colección de mis
artículos dispersos en multitud de revistas, revisados y puestos al día. Varios
de dichos artículos tratan de temas de ciencia, algunos de cálculos y
especulaciones, y otros de ciencia-ficción..., las tres patas de mi trípode.
ISAAC ASIMOV ha escrito
alrededor de 350 libros sobre innumerables temas. Ha sido llamado « el Balzac
de la ciencia y de la ciencia-ficción» (Publishers Weekly) y es tal vez el más
conocido y, ciertamente, el más apreciado de todos los autores de ciencia-ficción.
Su « ingenio, sabiduría y sentido de lo maravilloso» (Washington Post) ha hecho
que se vendiesen en todo el mundo más de diez millones de ejemplares de sus
obras. Su Trilogía de la Fundación ganó un premio Hugo como « la mejor serie de
ciencia-ficción de todos los tiempos» , y Los Límites de la Fundación, cuarta
obra de la serie, ganó también un Hugo como mejor novela de ciencia-ficción de
1982.
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